piropos2Ya es viernes, por lo que tenemos nueva entrada de nuestro colaborador Diego Ferriz. Ferriz sigue tirando del hilo de la actualidad y esta vez centra su mirada en las declaraciones del Observatorio contra la Violencia de Género sobre la (no) idoneidad de los piropos.

Hace unos días, la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género -vocal del CGPJ- declaró que los piropos deberían erradicarse, pues suponen una invasión de la intimidad de la mujer, denigrada como objeto visual. Consultando la opinión de algunas mujeres destacadas en la lucha contra la discriminación femenina, me encuentro con que se asocia el piropo al acoso y se prescribe una educación igualitaria y no sexista para acabar con tal costumbre.

Por otra parte, hay otros expertos que, analizando la cuestión, resuelven que el piropo introducido en un entorno de confianza es generalmente inofensivo y no resulta en modo alguno machista o violento, mientras que, si se piropea a las mujeres en la calle o con demasiada audacia, se convierte en acoso callejero o grosería.

La galantería es un recurso masculino que se encuentra presente en el habla y la expresión de los caballeros desde hace siglos. Y hay que añadir que también forma parte del acervo cultural, pues son incontables las novelas, obras de teatro o películas en las que los hombres rondan a las mujeres piropeándolas con mayor o menor acierto. No se puede discutir que los piropos son consustanciales a la actitud masculina ante el sexo opuesto, como tampoco se debería negar que, dichos con elegancia y buen gusto, resultan benignos y confortables, despertando una sensación de agradecimiento en las mujeres a quienes se atribuyen mediante palabras amables cualidades de belleza y atractivo personal. Otras gentilezas como ceder el paso o el asiento a las mujeres han caído en desuso con el correr de los tiempos, si bien aún se practican. ¿Podría suceder lo mismo con los piropos, que se fuesen abandonando y quedasen en el olvido, señalados como hábito retrógrado?

Qué quieren que les diga: en mi opinión, hay ocasiones en que los políticos de hoy en día, llevados por su deseo de modernizar la sociedad, rizan el rizo de las exigencias y se revuelven contra la cultura histórica, una cultura establecida en el país día a día mediante las prácticas habituales de la gente. ¿Cómo se van a erradicar los piropos del comportamiento humano, si nuestra especie está dividida en dos sexos, el masculino y el femenino, y naturalmente inclinada a encontrarse en el amor? No se puede impedir que un hombre o una mujer, sintiéndose agradados por el aspecto de otra persona, le comuniquen educadamente su admiración. Porque un piropo sencillo y galante, dicho de buen corazón, puede dar pie a un acercamiento e incluso sembrar el germen de hondos sentimientos y desembocar en un noviazgo o un matrimonio.

Si un directivo le dice a su secretaria, a quien conoce bien desde hace años, que “está muy elegante o muy guapa esta mañana”, y se lo dice con una sonrisa sincera y respetuosa, normalmente la secretaria se sentirá halagada y responderá “gracias”, encontrando una sensación agradable en su análisis de tal actitud. Pero si lo que le dice es: “Tráeme el informe, tía buena”, o “voy a dictarte una carta, maciza, toma nota”, entonces evidentemente se está pasando de la raya; está traspasando la barrera del buen gusto y acosando a la señora o señorita que, en virtud de la jerarquía, se halla sometida a la obediencia de sus órdenes.

Aunque este ejemplo no deja de ser un cliché, creo que, con un poco de sentido común y benevolencia, se pueden distinguir con claridad ambos supuestos y procurar erradicar el segundo, pues el primero resulta inocuo y natural, en modo alguno ofensivo, y censurarlo sería como proceder contra la buena educación en tentativa baldía y algo absurda; nadie puede prohibirnos pensar que una mujer es guapa o elegante, si así lo percibimos, con lo que tampoco se nos puede exigir que guardemos silencio y nunca lo revelemos, aun obrando con delicadeza.

¿Y si resulta que yo, varón soltero de 28 años, me siento atraído por mi compañera de oficina y deseo entablar, con la mejor intención, una relación formal con ella? ¿No puedo decirle un día: “te sienta muy bien ese vestido”? ¿Y no puede ella, por su parte, corresponder alabando las hechuras de mi traje, puesto que me encuentra apuesto y, no sólo eso, sino que le agrada mi presencia y siente un leve cosquilleo en el pecho cuando me ve? ¿Cómo se formarán entonces las parejas si se nos niega la expresión del halago, de nuestros más hermosos sentimientos? ¿Recurriendo a las agencias de Internet? ¿Desmelenándonos en las discotecas, puesto que en la oficina no podemos salirnos un instante del contexto? ¿Y si la joven a la que amo no se deja ver más que en el trabajo? Se casará con su amigo de la universidad, del barrio o del pueblo y nunca sabrá de mi honesto interés.

No voy a criticar esas declaraciones, pues percibo en ellas buena voluntad, y estoy de acuerdo en que se debe luchar contra el acoso, así como despreciar la grosería y equilibrar los excesos machistas. Pero sí quiero resaltar que es inútil arremeter contra la sabia naturaleza: ésta divide desde que el mundo es mundo a los especímenes animales en sexos destinados a encontrarse. También las mujeres, a menudo con gracia y salero, recurren al piropo en sus conversaciones diarias: si yo hablo por teléfono con una colega profesional y al despedirse me dice: “Gracias, guapo”, me siento mucho mejor que si me dijese: “Gracias, feo”.

Foto: frikipedia.es